Tanta es la alegría que le produce a las personas que aman y sirven en forma desinteresada, que no les importa pensar, ni les atemoriza la muerte ya que su pensamiento se centra solo en hacer el bien y que otros se sientan bien con el buen servir. Es indudable que, para nuestra época pueden sonar utópicas e inalcanzables estas razones, pues las personas en el mundo se mueven, prestas a conseguir la satisfacción personal, fruto de su propio individualismo y el ego que les produce las tenencias materiales.
Cuántos de nosotros venimos a este mundo con el firme propósito de ser exitosos, y eso incluye la riqueza material, el tener una profesión y el respeto de los demás, y nos pasamos esa vida tratando de conseguirlo y luchamos y nos sacrificamos, en pos de unos recursos con el ánimo de forjarnos un futuro, y así lograr tener un espacio y posición de respeto en una sociedad; pero tal vez nunca nos detenemos a pensar, si esa riqueza material, ese logro intelectual y la aceptación en un grupo social, nos puede entregar la verdadera felicidad.
¿Pero quién puede determinar con exactitud y qué tipo de instrumento puede medir la verdadera felicidad? La respuesta no es sencilla y tiene demasiado de compleja, ya que la felicidad como estado de ánimo es pasajera, no es duradera, puede llegar en un buen momento y desaparecer al mismo instante, puesto lo que nos hace feliz son las verdaderas intenciones que se tienen para desearla, y esas solo se dan en la medida que damos en forma desinteresada lo mejor de nosotros para conseguir el bien de los demás, y es así, que cuando amamos entregamos sin medida, sin condición y sin reciprocidad, porque se encuentra de por medio un sentimiento hacia el otro, que normalmente se encuentra ligado a nosotros por algún vinculo de amistad, relación o parentesco; pero cuando servimos a los demás, entregamos lo mejor de sí mismo, pues no hay vinculo ni parentesco que incida en el propósito, solamente las ganas de entregar sin esperar nada a cambio, porque cuando servimos estamos sintiendo que vinimos a este mundo a servir a los demás, pues la felicidad de entregar es igual que la de recibir, y será la felicidad del otro mi mayor riqueza.
Así lo expresó San Francisco de Asís, “Recuerda que cuando abandones esta tierra, no podrás llevar contigo nada de lo que has recibido, solamente lo que has dado: un corazón enriquecido por el servicio honesto, el amor, el sacrificio y el valor y eso siempre lo supo Francisca y vivió todo el tiempo dando lo mejor de sí, entregándolo todo, pues eso reflejaba su mirada, ya que tenía menos tiempo en la mirada y muchos años para servir.
Estoy totalmente de acuerdo, este es un santo que admiro mucho.
ResponderEliminarMe encanto mucho este blog, creo que me inspiraste para ayudar a los demás. Hay muy buen contenido y sabiduría. Dios te bendiga y gracias por compartir con nosotros tu ensayo.
ResponderEliminarAtt: Diana
Me alegra que te haya gustado Diana , es con todo el gusto y con mucho cariño.
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